Para comprender no sólo hay que oír, hay que escuchar...
Una de los "ejercicios" que más me han fascinado siempre es el de escuchar.
Suelo sentarme el el jardín, cerrar los ojos y centrarme en escuchar todos los sonidos a mi alrededor, los distintos pájaros, el viento moviendo las hojas de los árboles, un balón rebotando, los motores de los coches, las risas de los niños, los ladridos de los perros, el agua al salir por los aspersores, el crujir de mi hamaca, mi respiración pausada... hay tantos que nos pasan desapercibidos... Y es que la mayoría de las veces solamente oímos, no escuchamos.
Es increíble lo que se aprende observando y ejercitando una escucha libre de prejuicios, y llena de respeto, al menos eso intento, no siempre con éxito, sería pretencioso e incierto afirmar lo contrario.
En este mundo de locos, en el que vivimos, que va a tanta velocidad, donde detenerse es un lujo, ceder nuestra atención en beneficio de otro es, muchas veces, un acto también costoso.
Siempre he considerado que no somos del todo conscientes ni de cómo actuamos, ni de cómo reaccionamos.
En muchas ocasiones, es tanta nuestra rabia, nuestro enfado con el momento que nos toca vivir, que necesitamos verbalizarla continuamente, repitiendo las sensaciones negativas que tenemos una y otra vez, es verdad que a veces puede resultar cansino si el que lo oye no está en atención de escucha, o si tiene tanta necesidad de expresar sus propias inquietudes o miedos que los ajenos le resultan repetitivos, no es que no le importen es que antepone su yo, cosa a mi modo muy normal si uno tiene la mente inquieta, al de los demás, igual que sucede con el parlante, que olvida a quien tiene enfrente ocupándose, solamente, de exponer sus desasosiegos...
Cuando nos sentimos presionados por las contrariedades de la vida, basta una pequeña chispa para que nuestra mente explote, y explosione lanzando fragmentos de frustración, inseguridad, rabia, dolor, a diestro y siniestro, esquirlas que, sin pretenderlo en ocasiones, pueden dañar a otros, mientras que a nosotros nos producen breves momentos de auto afirmación, y de ego, al considerarnos poseedores de la verdad.
No hay verdad más absoluta que reconocer que la verdad no es absoluta...
Todos nos encontramos, en ocasiones, en ambas situaciones, resultándonos así, muy difícil entendernos a nosotros mismos y mucho más comprender a los demás.
Es increíble lo mucho que queremos a nuestros amigos, familia y personas más cercanas y lo que nos cuesta aceptarlos como son, yo entono el mea culpa; Cuantas veces, de una manera automática, enjuicio dejándome llevar, a veces, por la defensa de lo que subjetivamente consideró más lo necesita, sin reparar en que ambas partes, tienen o tenemos, seguro, motivos, y razones, conscientes o inconscientes, o que me he empecinado en algo que en modo alguno justifica la tensión o el enfado.
Una escucha activa enseña mucho, nos lleva a reflexionar, a ceder espacio, a empatizar, a comprender...
Somos seres distintos, plenos, cada uno con su realidad y su irrealidad, y en su momento del camino, no queramos llevar a nadie a nuestro terreno, ni lo exijamos, tal vez no sea el suyo... Aprender, aprendemos más en las diferencias que nos hacen reflexionar y tal vez cambiar...
No nos vaya a pasar como al mono que por creer que ayudaba al pez, o por realizarse a sí mismo, acabó con el...
Yo voy a intentar no sólo oír, sino escuchar, ¿os unís?
PD: a quienes que no se hayan sentido escuchados por mi parte pedirles disculpas y decirles que les quiero.
(Cuento ZEN, imagen Google)
Oír no es escuchar. Ni hacer algo, no es hacer lo correcto. Uno pude decir te quiero, pero eso no quiere decir que me va ayudar, ni me va a comprender.
ResponderEliminarCuando uno quiere ayudar a otro, si no es una urgencia, tiene que comprender por qué lo quiere hacer. Pues cuando empezamos a tener acción, en cada cosa que hacemos puede que vaya a desencadenar una energía de desorden, confusa.
Nuestro condicionamiento nos impele a la acción, a la actividad frenética. Por lo que, muchas veces en vez de solucionar los problemas, los incrementamos.
El deseo de hacer, el deseo de vanidad, de notoriedad, nos lanza a hacer por hacer. Con sus negativas y desafortunadas consecuencias.