El alma no duele, duelen los pensamientos, duele la vida...
Cada vez que perdemos a alguien a quien nos sentimos íntimamente unidos, ya sea porque nos deja, se rompe, o emprende el viaje infinito, nos quedamos aquí, en esta tierra física que habitamos, con una pena y una tristeza acongojante, una angustia de esas que te impiden el habla, que no te permiten comer, apenas sonreír, que te llevan más bien a vagar que andar por este mundo terreno.
"Me duele el alma" decimos, pero, ¿duele el alma o duele esta mente terrenal, este pensamiento humano?...
Utilizamos "me duele el alma" cuando lo que nos afectan son malestares emocionales, de esos que te provocan lágrimas, a veces nauseas, tristeza y mucha pena.
Cuando no entendemos, cuando nos reconocemos impotentes, cuando tenemos miedo, cuando nos han dañado, cuando hay conversaciones inconclusas, y palabras no dichas y abrazos no dados, cuando nos arrepentimos de lo pensado y nos sentimos incapaces de rebobinar una historia que nos gustaría fuera diferente...
pero la historia no se rebobina, no tiene marcha atrás y es ahí frente a ese certeza, al tomar consciencia de que la vida sigue y nosotros con ella, cuando nos embarga esa sensación de angustia.
Nos duele cuando nos sentimos pequeños, indefensos, incomprendidos, hasta culpables, ¿culpables?, no existen culpabilidades, existen situaciones, estados anímicos, momentos, que nos llevan a reaccionar y actuar de determinadas maneras y luego cuando lo miramos con perspectiva, al ser tiempo pasado, nos damos cuenta de cuan equivocados o acertados estábamos.
Si dimos, lo que en ese momento, ya sea mucho o poco, pudimos, no hay que lamentarse... si fue mucho, agradecer por tener la capacidad de dar, si poco, agradecer por lo aprendido.
El alma no duele, danza por el infinito, el alma pertenece, fundiéndose en un todo, a un gran vergel donde están todas las almas, las que viven en este mundo, y las que ya se han instalado en la eternidad .
Mientras alguien vive con el disfraz de humano, el binomio físico-espíritu convive con él, haciendo casi imposible que la atención se centro en otra cosa que no sea el personaje que habita su alma.
Sentir a aquellos que se fueron, resulta difícil, si siempre pensamos como seres humanos y no espirituales.
Pero las almas nos impregnan, nos llenan...
Nuestro ser espiritual está alimentado, inconscientemente, por aquellos que viven en nosotros, yo me imagino a las almas sonriendo, colmándonos de fuerza y energía, alentándonos a seguir y ser felices, guiñándonos el ojo, llevándose los miedos...
Nuestro ser espiritual está alimentado, inconscientemente, por aquellos que viven en nosotros, yo me imagino a las almas sonriendo, colmándonos de fuerza y energía, alentándonos a seguir y ser felices, guiñándonos el ojo, llevándose los miedos...
Dicen que somos energía, yo así lo pienso, y la energía no desaparece, se transforma permaneciendo en el infinito.
Nuestro paso por este mundo es una mera parada en nuestro viaje, una etapa alucinante con duración finita.
Las almas son flores de un jardín, con el que estamos en intima y profunda comunión, flores con múltiples nombres, cada uno ponga el suyo, sin etiquetas, sin dueño
El alma no sabe de dolor, ni de gozo, el alma ilumina, el alma, tú alma, su alma, las almas, se funden en un todo inseparable con la mía, inundándonos de AMOR, de ese AMOR sin restricciones, de ese AMOR de aquí a la eternidad.
Energía de luz pura!
(O eso, al menos, quiero creer yo, a quien ha dolido el alma bastante más de una vez...)